ME VOY A SUECIA

  

ME VOY A SUECIA…

 

 

Cualquiera próxima a mi generación, en un instante de su vida en el hogar familiar, en uno de esos momentos de máxima hartura por parte de las madres, uno de esos momentos en los que ya su paciencia agotaba hasta la reserva habrá escuchado la célebre frase: “El día menos pensado “cojo” la puerta y me marcho… ahora, eso sí, os iba a comer la m…”

Mi versión actualizada  -mucho más acorde con mi forma de vida y oportunidades- de la sentencia millones de veces escuchada por hijos de toda nuestra península es algo así como: “Me voy a Suecia… ” -aunque se nos ha complicado tanto la vida que es difícil saber dónde meterse para estar medianamente bien.

El próximo miércoles será 8 de marzo. El día 8 de marzo de 1857 miles de trabajadoras tomaron las calles de Nueva York para evidenciar sus míseras condiciones laborales y reivindicar el recorte horario. Varios siglos después esas protestas son todavía necesarias para visibilizar las diversas formas de maltrato y discriminación que sufrimos las mujeres.

 Lamentable. Triste. Frustrante… y más cuando te recriminan tachándote de loca extremista la lucha incansable y el esfuerzo por vivir en igualdad porque no se entiende que en esta sociedad de primer mundo moderna y patriarcal cada vez que una mujer logra un objetivo la victoria es para todas. La mayoría de empresas en España, ya sean públicas o privadas, ignoran de manera premeditada la realidad de las jornadas laborales incompatibles con la conciliación familiar -partidas en un alto porcentaje-, que ocupan la totalidad de las horas de sol que no casan con la realidad laboral española, puesto que en nuestro bonito país del sol, con sus maravillosas playas y mejor gastronomía, siempre han sido un problema los horarios anormalmente dilatados y la imperiosa necesidad de presencia física en el centro de trabajo para que consideren que estás cumpliendo con tus obligaciones cuando, en ocasiones, no es estrictamente necesario gracias a los avances y el uso de las nuevas tecnologías. Una de las “ventajas” de estos dos años de pandemia es que ha obligado a determinadas empresas a aceptar el teletrabajo como una opción real pero seguimos muy muy lejos del teletrabajo realmente valorado que se da en las empresas del norte de Europa y cómo se concibe esta no presencialidad del trabajador en países como Suecia, Alemania o Suiza. Teletrabajar en casa implica trabajar y hacerlo con la efectividad e infraestructura de la presencialidad. Pero en España ha quedado claro que no se entiende esta opción cuando la realidad me demuestra que miles de mujeres lo han intentado al tiempo que atendían a sus hijos enfermos o aislados en los últimos años. Estar en casa trabajando implica que no estás en casa para el resto de cosas que puedan surgir porque tu presencia es física pero no estás disponible. Me consta -y así lo leo- que desde hace tiempo -antes incluso del desastre pandémico- varias organizaciones piden una "profunda remodelación en los horarios en España", entre otras cosas, para favorecer la igualdad entre hombres y mujeres pero me parece que es como cuando una miss manifiesta en un certamen de belleza que su mayor deseo sería “la paz en el mundo”. La intención tiene su parte positiva -e imposible, a los hechos me remito- y pone de manifiesto otra de las injusticias laborales que también habría que replantearse: “el trato desigual y la discriminación que padecen las mujeres” -agravado por dos años de pandemia, nosotras siempre ganando.


No es verdad que las mujeres vivamos la igualdad, no es cierto que ahora podemos elegir, o sí, si por elegir se entiende que podemos estudiar, ejercer una profesión -o simplemente trabajar para no tener que depender de un marido o un padre- además de seguir haciendo cuanto mi bisabuela, abuela y hasta madre, hacían: cuidar de sus hijos y de su familia, que no es poco trabajo. Eso, con todos mis respetos, no es elegir, es hacer el doble, en el mismo tiempo, veinticuatro horas para ser madre, esposa, amiga y mujer independiente que se realiza y gana su sustento además de cargar con la mayor parte del trabajo que supone un hogar y una familia y la pandemia ha empeorado -pasitos hacia atrás-, las diferencias entre sexos en el ámbito laboral. Otra vez a perder.

Las que reparten sus horas entre su trabajo y sus hijos y su marido y su casa suelen padecer tremendos remordimientos por la cantidad de horas que permanecen separadas de su prole -que ocupan su día en la escuela, las extraescolares, las cuidadoras o los abuelos- y se consuelan convenciéndose de que eso que llaman “tiempo de calidad” es suficiente para ellas y para sus hijos. También son habituales sus discusiones con la pareja por su falta de colaboración, por tener que estar recordándoles todo lo que tienen que hacer continuamente “como si tuvieran botones por ojos” aun en el caso de que puedan permitirse una ayuda externa con las tareas propias del hogar, lo que, sin duda, reduce considerablemente el número de desencuentros con el cónyuge -desilusionado casi a diario porque no tiene a una Barbie, maquillada y con tacón de aguja cada noche, sino a una mujer agotada y con pocas o ninguna ganas de fiestas-. Pero son mujeres de hoy en día: médicos, abogadas, maestras, dependientas, comerciales… mujeres que han podido hacer lo que a sus madres o abuelas se les negó… aunque a mí me parece que alguien les ha timado vendiéndoles un dos por uno, la misma mujer, las mismas horas pero el doble de trabajo.

Y pese a todo creo que las que deciden -por propia opción o porque el sueldo de los hombres suele hasta triplicar el de una mujer y ante la tesitura de prescindir de uno de los ingresos la elección es sencilla: el más bajo- o las que se ven, sin más remedio, sin posibilidad de ocupación en este nuestro maltrecho mercado laboral y permanecen en casa y echan sobre su espalda y conciencia toda la carga del hogar, lo pasan peor todavía. Su esfuerzo no cuenta, sin derecho a caer enfermas -porque van a hacer lo mismo pero en peores condiciones- o de disponer de un día de “asuntos propios” o de un tiempo para el deporte tras su jornada “para desconectar” y nunca faltará el típico comentario cayendo sobre ellas como un cubo de agua congelada de alguna listilla que asegure: “con lo bien que viven algunas, sin dar palo al agua” -sin referirse directamente a ellas-. Estas mujeres son consideradas como de segunda clase por el resto de la sociedad en general, no se respeta su dedicación y continuamente luchan con la frustración, el sentimiento de ser menos y la impotencia de no poder ni quejarse porque pudiendo “pluriemplearse” resuelven no hacerlo.

La última opción es la de la mujer que decide no tener familia lo que, evidentemente, al minimizar las obligaciones maximiza la calidad de vida, resta remordimientos y frustraciones y se dispone de mucho más tiempo y dinero para el ocio. Creo que de todas las posibilidades esta es la única que sí cumple con eso de que “las mujeres ahora podemos elegir” porque hasta no hace mucho una mujer soltera limitaba su opciones al servicio doméstico para otros, el secretariado de algún directivo -menos competente que ellas pero hombre- o la religión. Es cierto, ahora puedes o no casarte y vivir sola no es un pecado pero no te libra de calificativos tales como “trepa”, “ambiciosa” o “solterona” -adjetivos sorprendentemente con connotación positiva si se aplican a un hombre-. El resto no es elegir, es o intentar ser una super mujer de brillante trayectoria, entregada madre y estupenda compañera o una frustrada menospreciada.

Como mujer, me gustaría no tener que elegir y en lo referente a mi vida personal y familiar me deleitaría poder decidir lo que más feliz me hace sin tener que preocuparme por más ni sentirme mal por ello.

Es cierto que Suecia es un país precioso y oscuro, con un clima tremendamente frío y unas costumbres muy diferentes a las nuestras. Su gastronomía no es de mi agrado y ciertos aspectos de su manera de vivir tampoco, pero voy a sopesar los puntos positivos y los negativos -el peor es el clima y creo que podré soportarlo- y creo que pronto me voy a ir a Suecia, o me bajo del mundo…

 Aquí sería imposible, hasta cuesta convencer sobre la utilidad y necesidad de la jornada intensiva y de lo importante que es la flexibilidad horaria… creo que habría que ofrecer un cursillo urgentemente a los que deciden en este país para recordarles la diferencia entre “eficacia”, “rendimiento” y “productividad” y la importancia de algo llamado “salario emocional” porque la competencia de un empleado no es directamente proporcional al número de horas que pasa en la empresa.

Me han acusado de radicalizarme en los últimos años en lo que respeta a mi lucha particular de varias décadas como mujer por vivir en igualdad -no pretendo más- pero no es cierto, siempre he pensado igual y los hechos demuestran que hay quien sigue empeñado en perpetuar una realidad social que es la que conviene a unos pocos, los que siguen empeñados en controlar aquello a lo que temen.

  

©Sonia Gonzálvez

 


ACLARACIÓN: Este artículo no pretende ser insensible con, ni faltar el respeto, manifestando la necesidad de mejoras laborales a todas aquellas personas que, lamentablemente, la situación pandémica les ha llevado a perderlo todo, es una reflexión y un reflejo de la situación diaria de millones de mujeres. Denunciando la precariedad laboral de los españoles en general, y de las mujeres en particular y cómo ello afecta a su vida personal y familiar, no se pretende menospreciar al que ni siquiera tiene un trabajo. La situación descrita para la mujer sería la misma aun en el caso de un mercado laboral sano y con opciones: siempre en inferioridad.

 

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