REDES, GRUPOS Y FOROS EN LA BALANZA
REDES, GRUPOS Y FOROS EN
LA BALANZA
Tengo cuenta en Facebook y en Twitter ¾en el segundo caso solo como seguidora¾. Nunca publico información de mi vida
privada en mi página de Facebook ¾y me molesta si alguien lo hace
etiquetándome en la suya¾
y me limito a seguir y leer los artículos que me interesan de psicología,
educación, nutrición, deporte y ciertas asociaciones protectoras de animalitos.
También me mantengo informada sobre las carreras de ciertos músicos o
escritores a los que admiro. Prácticamente me limito a compartir ciertas causas
con las que estoy de acuerdo y a difundir mis escritos para que puedan tener a
ellos fácil acceso aquellos que habitualmente los leen ¾muchos, me consta, desde aquí: gracias¾.
Las redes sociales tienen ¾como todo en esta vida¾ su lado bueno y su lado malo. Nos
permiten estar en contacto con nuestros conocidos, lo que es útil sobre todo si
viven en otros países o ciudades, y es una manera rápida y sencilla de
compartir ideas, gustos o aficiones, de poder hablar e incluso ver a nuestros
seres queridos en la distancia o de poder organizar videoconferencias muy
útiles en el mundo de la enseñanza y los negocios. Pero la parte mala, es tan
mala, que da miedo, mucho. Los niños y aquellos que menos saben de la vida son ¾como siempre he defendido¾ los más desprotegidos en el mundo
virtual porque navegar por Internet es
como andar por la calle. En ocasiones me sorprenden los contenidos de ciertas
páginas y la información personal e íntima que personas completamente anónimas
están encantadas de compartir —supuestamente, solo con sus amigos agregados—
con fotos y comentarios y que nos dan una perfecta descripción de sus vidas y
las de los que les rodean —mención especial necesitarían ciertos blogs¾. Hay que establecer límites, lo que
vale para la vida real vale para Internet, es decir, que hay que protegerse y
que lo que es un delito o un peligro fuera de nuestra casa también lo es dentro
de Internet.
No me cabe la menor duda de que cuando unos padres comparten
imágenes o videos de sus hijos lo hacen con la intención de que facilitar a los
amigos y familiares el disfrute de esos momentos pero es peligroso. Imágenes que
en un principio suelen resultarnos inofensivas pueden resultar muy dañinas descontextualizadas
¾tanto para los progenitores como para
sus vástagos y especialmente en los casos de padres divorciados¾ y estar cargadas de información como la
ubicación y los patrones habituales de actividad de los pequeños. Tampoco se
deben publicar imágenes íntimas de los menores como cuando se están bañando o
cambiando de ropa ¾¡qué
tierna imagen para los padres! ¡Qué diferente bajo la mirada sucia de un
trastornado!¾, ni cuando
aparecen en compañía de otros niños porque estamos vulnerando su derecho a la
intimidad, que está protegido por distintos reglamentos tanto a nivel nacional
como internacional. En Francia el estado puede sancionar a los padres que
compartan fotos de sus hijos en las redes sociales con multas de hasta 45.000
euros o un año de prisión. En España, por ahora, no es así y espero que nunca
lo sea y demostremos que tenemos el suficiente sentido común ¾siendo realista estoy pidiendo
demasiado, me consta¾
como para respetar y proteger tanto a los que más queremos como a nosotros
mismos. Los niños deberían limitarse a disfrutar de esa etapa de su vida y no a
desempeñar funciones más propias de otras.
Como persona que tiene una web y un blog oficial para difundir
y promocionar mi faceta como escritora en ocasiones me siento tan expuesta que
no hay semana que no me plantee cerrar el blog, no volver a publicar y
retrotraerme a esos años en los que solo dejaba leer mis escritos a mis cuatro
amigos de confianza porque da igual el número de veces que aclares que te
dedicas a escribir ficción —novelas, y no autobiografías— y la que fase de documentación —que es
lo que las hace tan verosímiles— puede llevarte meses, que siempre habrá
alguien dispuesto a creer lo contrario o a malinterpretar mis palabras en algún
artículo de opinión o entrevista para desprestigiarme, calumniarme o sacar
provecho… aunque eso es algo que aprendí y asumí cuando me decidí a divulgar
mis escritos y mi trayectoria como escritora —pero yo soy una adulta.
La sobreexposición de ciertas
personas es abrumadora, de vergüenza ajena, y creo que ni siquiera se plantean
que hasta con el simple seguimiento de la foto de perfil del WhatsApp se puede realizar
un perfecto informe del estado sentimental personal, social y laboral del
propietario de la cuenta. Se supone que la función de los grupos —de WhatsApp, de Facebook o ciertos foros— es
la de poner en contacto a personas con un interés común pero también se
generan situaciones problemáticas —como en los grupos de padres y madres
de los colegios cuando un progenitor los usa para criticar y desprestigiar la
labor del docente y hacer causa común manipulando al resto del grupo, aunque
este tema merece y da para un artículo propio—.
Todos los grupos mencionados son potenciales recipientes
en los que verter chismes, criticar y juzgar sin conocer realmente la situación
y a las personas y pueden hacer mucho daño al malinterpretarse ciertos mensajes
y magnificarse las intenciones porque el propósito de creación del grupo suele
quedar en segundo plano y termina por comentarse, compartirse y criticarse en
ellos casi cualquier tema. Si la comunicación directa ya es complicada y en
ocasiones no nos entendemos ni aunque utilicemos la misma lengua y compartiendo
espacio físico con nuestro interlocutor, ¿qué podemos esperar de un mensaje de
texto escueto y descontextualizado que la mayoría de veces se cruza con otro y
se interpreta como la respuesta cuando la intención del emisor era la
contraria?
Advertidos quedáis.
©Sonia Gonzálvez
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