YA DISPONIBLE: EL DIABLO CANTA BLUES
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Siempre que publico una novela se me pregunta sobre su carácter autobiográfico, qué parte es real y, sobre todo, con qué momento de mi vida se corresponde. A la gente le cuesta creer que una pueda escribir sobre un tema a no ser que haya vivido lo que cuenta pero eso es porque no conciben lo que un escritor de novelas es: alguien que inventa —y se documenta—. Es indiscutible que todos los personajes tienen algo de quien los crea y juega con ellos pero eso no significa que cuanto se narra sean experiencias personales, es ilógico y —al menos en mi caso— del todo imposible, porque mi vida hubiese sido intensa en exceso si a mi edad ya hubiese pasado por tener una relación incestuosa, otra destructiva con un narcotraficante multimillonario y esquizofrénico, una etapa como prostituta de lujo junto a una celebridad del rock y todo ello mientras padecía el infierno del dolor crónico de mi personaje Judit.
Inviable.
Pero, a veces, la gente es muy morbosa, la envidia es el deporte nacional y la vida de los demás interesa incluso más que la propia, sobre todo para encontrar en ella aspectos vergonzantes que desmerezcan los éxitos y logros de la persona que destaca. Cuando no se soporta el triunfo ajeno siempre hay que justificarlo o hundir a la persona que lo disfruta, sea como sea y a cualquier precio.
Por eso, en esta ocasión, y adelantándome a la preguntita de rigor, quiero aclarar a mis lectores que esta novela es, sin duda, la más autobiográfica de cuantas he escrito y no porque yo haya sido una pobre niña nacida de una madre alcohólica en una familia desestructurada y criada en un suburbio sin posibilidades de futuro sino porque El diablo canta blues es la historia de una traición y narra las consecuencias irreparables de equivocarse al depositar la confianza en quien la usa para estafarnos, así que es un poco la historia de todo el que la lea también porque por algo así, a cierta edad, hemos pasado todos…
Es una historia que nace de la traición, de experimentar el dolor insoportable de la puñalada inesperada de alguien en quien se ha confiado, de sentirte estúpida y frustrada porque no te diste cuenta y no supiste ver la realidad. Esos sentimientos, para mi desgracia, sí los he vivido —y tú que estás leyendo estas líneas, también—. Es una situación por la que todos pasamos en algún momento.
Todos sabemos lo que es entregarse sin reservas y darlo todo a cambio del abandono —o la patada— en medio de la decepción absoluta. Porque sé de la incredulidad superada tras horas de reproches mentales en busca de una causa, de una razón para justificar a los que han podido obrar como lo hicieron sin importarles el daño que causaban. Jamás entenderé que alguien pueda ser tan egoísta como para destrozar con sus decisiones a quien más debería querer, respetar o agradecer —me da igual si es en el ámbito personal, familiar o profesional—, no se usa a las personas.
El diablo canta blues surgió como respuesta a mi búsqueda inútil por entender que hay quien no valora lo que tiene y quien, simplemente, no es buena persona por muy antinatural que resulte obrar mal con quien mejor te ha tratado o que una madre no quiera a sus hijos y sea incapaz de protegerlos y cuidarlos porque el amor incondicional se presupone a la que pare.
Si algo me han enseñado los años —sin duda mucho más de lo que me gustaría saber— es que ni las cosas ni las personas suelen ser lo que lo parecen, que nada es eterno, ni lo que tenemos ni quienes nos rodean, y que la vida se compone de etapas. Pasamos de unas a otras sin darnos cuenta en ocasiones y deseando hacerlo en otras pero los cambios son tan necesarios como inevitables y con ellos a veces ganamos y otras perdemos, aunque no nos demos cuenta en el momento ni de una cosa ni de la otra, porque a menudo es la distancia la que aclara los cielos y aporta la luz para ver con claridad y entender.
Otra cosa que me han enseñado los años es que a la mayoría de la gente que te rodea —algunos de los que considerábamos amigos leales y hasta familia en ocasiones o compañeros y superiores a los que admirábamos y respetábamos— no les gusta estar contigo cuando todo va mal y que, en el mejor de los casos, soportan una mala racha durante un tiempo determinado. Pasado el periodo en que ellos consideran que ya deberías estar bien —y tras realizar los comentarios pertinentes al respecto para justificarse en su huida y poder culparte a ti y solo a ti por tirar la toalla— prefieren mirar hacia otro lado —lo cual no reprocho— y hacer como si nada pasase y ya no vivieses, como si desaparecer o seguir mal fuese algo que uno eligiese porque te gusta vivir una existencia problemática, frustrante e infeliz. En parte lo entiendo, a nadie le gusta contemplar y, mucho menos, compartir el sufrimiento ajeno, especialmente a aquellos que te utilizan cuando ya no les sirves. Pero es precisamente por los que se quedan que merecen la pena este tipo de limpiezas en el entorno.
Por eso, a todos los que son y están —y me leen—, mi infinito agradecimiento.
Las cosas, y las personas, no suelen ser lo que parecen por eso nos engañan y somos timados por falsos espejismos, que de disfrazan de amistad o familia, en maravillosos paraísos inexistentes que resultan ser ilusiones irreales de las que duele despertar rodeado de burras vendidas como caballos purasangre.
A todos, en algún momento, nos hubiera gustado actuar como la protagonista de esta novela pero nos conformamos con poder indultarnos del reproche eterno por haber sido tan ingenuos, crédulos y estúpidos como para haber hecho cuanto hemos hecho por quienes menos lo merecían y esperamos que ellos tengan suficiente vida para que puedan arrepentirse o experimentar cuanto mal hicieron... porque enmendarlo no pueden.
Por eso no dudo que El diablo canta blues es una historia que gustará a todo el que la lea porque, en mayor o menor medida, con mejores o peores consecuencias, todos hemos sido estafados en alguna ocasión de nuestra vida por quien menos lo esperábamos, todos hemos apostado en vano en alguna ocasión y perdido cuanto nos jugamos y a todos —de esto tampoco tengo la menor duda— nos hubiera gustado que el culpable pagase por ello porque todos hemos tenido, cuando menos los esperábamos, a un diablo cantándonos un blues al oído mientras nos clavaba un puñal en la espalda.
Gracias, lectores, por dar sentido a mis publicaciones y, si todavía no ha llegado ese momento en vuestra vida, advertidos quedáis porque nuestro mundo está lleno de hermosos diablos aunque es muy difícil identificarlos…
Sonia
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